
Otra de las excursiones recomendables que hacer desde Tokio (o desde donde quieras en Japón) es dedicarle un día a conocer Nikko.
Esta aldea de montaña es famosa por sus preciosos templos entre los que destaca el de Toshogu, pero es que además de bonitos, los templos resultan imponentes al estar metidos de lleno en plena naturaleza, rodeados de frondosos bosques, hace que la visita sea sumamente placentera. Antes de la visita había visto fotos con todo tipo de clima, soleado, con los rayos del sol colándose entre la frondosidad de los bosques e iluminando los templos, lluvioso con el suelo mojado reflejando todo, y con niebla, dando un aire místico al entorno, muy al estilo del folklore japones.
A nosotros nos tocó un día de esos, la niebla envolvía todo, y una liviana lluvia aparecía por momentos, yo encantado, por lo uno y por lo otro, la niebla haría que las fotos tuvieran esa aura de misticismo que tan bien pega a un entorno como este, y además la temperatura sería mucho más agradable que la que nos había tocado el día anterior en Kamakura, pasando de una máxima de 30 grados a una de 23.
Pasear por Nikko y no verse sorprendido con la boca abierta en alguna ocasión, es algo que se me antoja bastante imposible, a pesar de la masificación de personas que tienen algunos templos, y que en un fin de semana puede verse multiplicada. Caminar por esos parajes es un continuo espectáculo visual.
Su templo más famoso como he dicho, es el santuario Toshogu, la entrada es bastante cara, unos 1300 yenes, y esta sumamente masificado, aun cuando llegues a Nikko temprano, lo veras hasta arriba de gente, por lo tanto, es sumamente difícil tomar fotos sin personas de por medio, aun así merece la pena pagar para verlo, ya que mezcla elementos sintoístas y budistas con una armonía y un colorido espectacular, además alberga el mausoleo de Tokugawa leyasu, que fue el primer shogun Tokugawa de Japón, junto con otros elementos interesantes, como los tres monos de la sabiduría (“no oigo lo que no debe ser oído, no digo lo que no debe ser dicho y no veo lo que no debe ser visto). A su salida, se encuentra la pagoda de la foto, una espectacular estructura abrigada por decenas de cedros, descansamos un rato por sus inmediaciones, y tras varios intentos de fotografías desde ese sitio, empezamos a caminar por un camino poco concurrido camino de otro templo, y de repente entre la espesura del bosque, asomó la pagoda, con un halo de niebla a su alrededor, y la luz del sol filtrándose entre las nubes, un momento único, alejado del bullicio que unos pasos atrás rodeaba el edificio.
Tras unas fotos, dirigimos nuestros pasos al siguiente templo que queríamos ver, el Taiyuinbyo, que a nosotros nos impresionó más aún que este, por encontrarlo con mucha menos afluencia de público y por tanto dándole un aire aun más místico gracias a la tranquilidad.
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