No hacía falta más, unas escaleras, una rampa empinada y mucha imaginación, así mientras nosotros usábamos el paso subterráneo para cruzar la calle, las risas retumbaban por todos sus túneles. Y es que para un niño el mundo se entiende de manera mucho más sencilla y cualquier momento es bueno para soltar una buena carcajada.
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