viernes, 10 de agosto de 2018

KAMU VILLAGE, UNA ALDEA A LAS ORILLAS DEL MEKONG (LAOS)



Una de las mejores experiencias de nuestro viaje por Tailandia y Laos fue sin duda esta que veis, el crucero por un gran tramo del rio Mekong en su recorrido por Laos. Y es que si en un primer momento no estaba muy convencido de pasarme día y medio en un barco, limitándome a ver el paisaje desde su superficie. Poco a poco fui leyendo experiencias y animándome a realizarlo.

Era muy temprano en Chiang Rai, aun no había salido el sol y ahí estábamos los tres, dispuestos a abandonar Tailandia momentáneamente para adentrarnos en Laos y vivir durante unos días, las que posiblemente fueron las mejores experiencias del viaje. Un taxi nos llevó a la frontera entre los dos países, como no podía ser de otra manera limitada en esa región por el famoso y enorme rio. Abandonamos Tailandia cruzando el famoso Puente de la Amistad, (uno más de los tantos que se llaman así en el mundo), una vez en Laos y después de los pertinentes tramites en la aduana. Dos sonrientes laosianos (una constante en este país) nos recibieron para llevarnos en un minibús hasta el embarcadero a unos kilómetros de distancia. Uno de ellos era nuestro guía, un chaval sonriente, que se esmeraba con un perfecto inglés en contarnos todo sobre su país.

Una vez en el barco todo fue atenciones, una primera muestra de la hospitalidad laosiana. El viaje se dividía en dos jornadas, la primera navegaríamos hasta el atardecer para hacer noche en la localidad ribereña de Pakbeng, un pueblo que hoy en día ya vive por y para el turismo, con una gran oferta hotelera. Pakbeng se encuentra prácticamente a mitad del trayecto. La segunda jornada continuaría temprano para acabar por la tarde en la famosa Luang Prabang, una de las grandes ciudades de Laos y la más bonita también. En la primera jornada uno no puede dejar de mirar para todos los sitios, el paisaje va cambiando según el barco avanza kilómetros, bosques frondosos, van alternándose con extensas regiones de cultivo, donde a veces puedes observar a los campesinos haciendo sus tareas, el rio está lleno de vida, y pese a que por sus turbias aguas no podrás ver nada de su fauna, si podrás ver multitud de animales tanto domésticos como salvajes acercarse a sus aguas. Los laosianos de la zona también viven en torno al Mekong, y no pararas de ver pequeñas embarcaciones cruzarlo, ya sea para pescar, para desplazarse o para llevar mercancías a otros pueblos.

El primer día de viaje contaba con una parada en una aldea ribereña, en nuestro caso fue la aldea de Kamu. A lo largo del viaje habíamos visto que cuando el barco pasaba por algún pueblo, muchos de los niños que habitaban en él se acercaban a la orilla a saludar. Kamu no fue una excepción, cuando nos aproximamos una decena de niños corrían ladera abajo hasta la playa fluvial donde atracaría el barco. Cuando te bajas del barco no puedes dejar de prestarles atención, curiosos, te siguen ahí donde vas, no piden nada, solo te observan, y eso que cada pocos días ven turistas. Kamu es una aldea que aún vive en el pasado, sin mucho acceso al tráfico rodado, el “progreso” aún no ha llegado a ella, no hay televisiones, no hay calles asfaltadas, solo caminos, casas tradicionales, y animales sueltos, alrededor la selva. La gente de la aldea te saluda, te mira sonriente y siguen con sus tareas. El guía nos llevó durante un rato por la aldea explicándonos cosas, sobre las construcciones, la vida de los habitantes, la educación de los niños… he de decir que a muchas no llegue a prestarles la atención que se merecía, ya que mi mirada exploraba cada rincón, a veces se encontraba con otra mirada, la mirada de la inocencia, de gente que sobrevive ayudándose, de gente que no conoce la avaricia, de gente con preocupaciones reales y no las pequeñeces por las que nosotros a veces no ahogamos en un vaso de agua.

No sé muy bien si en cierta medida, estas visitas ya están pactadas y controladas por el gobierno de Laos, subvencionando las aldeas que las reciben, el caso es que en los pocos minutos que estuvimos en la pequeña aldea las imágenes de su gente, se quedaron grabadas en mi memoria. Al final de la visita empezó a llover, por lo que volvimos rápido al barco, los niños que nos recibieron hacía unos minutos nos acompañaron a la vuelta y se pegaron un baño mientras zarpábamos de nuevo, todos nos decían adiós, y todos se quedaron en nuestras cámaras, y en nuestras mentes.


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