Tras la visita a su interior y tomarnos la tarde libre por Lhasa, decidimos que la noche se la dedicaríamos a hacerle fotografías desde un lago que habíamos visto en nuestras idas y vueltas por toda la zona.
Ahí, cuando él hacia unas horas, azul cielo de la capital del Tíbet se volvía negro, la antigua residencia del Dalai Lama se erguía ahora solitaria presidiendo la ciudad, a más de 3700 metros sobre el nivel del mar. La enorme estructura había sido durante siglos el hogar de los Dalai Lama, hasta que el último y actual, tuvo que huir y refugiarse en la India después del levantamiento tibetano de 1959. Hoy en día lejos de tener la actividad que si tienen los templos de los alrededores, actúa más como museo que como templo. Aun así, en su visita nos encontraremos con no pocos monjes y no pocas estancias con una historia y un encanto únicos, que obligan a tu mente a irse a otras épocas e imaginar la vida entonces.
Ahí a los pies del lago tomamos decenas de fotos, sobre todo motivadas por mi inexperiencia con mi nueva cámara, probé de decenas de sitios diferentes, con a su vez decenas de configuraciones diferentes, sin llegar a captar del todo la impresión que el palacio me había provocado horas antes, mientras caminaba por sus habitaciones y salones. Al día siguiente tocaba emprender la ruta por las carreteras del Tíbet, camino de la cordillera del Himalaya, por lo que aun queríamos exprimir nuestras ultimas horas en Lhasa, el frio de las noches en el altiplano empezaba a sentirse después de un caluroso día, así que nos abrigamos bien y recorrimos de nuevo la ciudad, asombrados, como en un mundo que no era el nuestro, pero que como un gigante imán nos atraía irremediablemente.
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