Llegamos a Stavanger temprano después de pasar la noche en el tren, no había tiempo que perder, metimos las mochilas en el maletero del coche de alquiler, compramos comida y nos fuimos directos al inicio de la ruta del Kjerag.
El buen tiempo era fundamental para esta ruta y ese era el día que los servicios meteorológicos daban una mejor predicción, por lo que a pesar de no tener tiempo para descansar del viaje y/o acomodarnos en el hotel, partimos directamente para ahí.
La ruta era bastante dura pero el tiempo que íbamos a estar en Noruega era muy escaso y como siempre teníamos mil cosas que hacer, tenía que ser ese día sí o sí.
Recorríamos las bellas carreteras noruegas, admirando todo cuanto se cruzaba en nuestro camino, las preciosas casas, los lagos, los embarcaderos en los mismos, rodeados de una mañanera niebla baja, los bosques, las cascadas, todo era precioso, todo nos enamoraba.
El principio de la ruta estaba ya ante nosotros y nos disponíamos a comenzarla, en verdad para la gente menos habituada a la montaña es una ruta difícil y dura, en algunos momentos prácticamente tienes que escalar por escarpadas rocas sujeto a cadenas que ayudan en el ascenso, su longitud es bastante larga y el sol aunque en ciertos momentos se agradece, llega a hacer que te despojes de gran parte de tu abrigo, hay momentos difíciles que los menos avezados encontraran peligrosos y no es apta para aquel que tenga vértigo.
Aun así es una ruta preciosa, llena de paisajes únicos, y cuando llegas a la zona más alta y crees que ya estas terminando, aun te queda un camino largo hasta el Kjeragbolten, esa piedra que veis en la foto, pero las vistas desde ahí al fiordo Lysefjord, son absolutamente impresionantes e inigualables, tanto que merece la pena sentarse un poco a descansar y admirar el entorno. Normalmente por el verano aún hay algo de nieve en las zonas más sombrías, y el conjunto de todo ello hace que sea un paraje único.
Tras este último trecho el viajero llega a lo que es la guinda del pastel, una enorme piedra se mantiene suspendida sobre un precipicio de casi mil metros, encajada entre dos paredes que bajan prácticamente rectas hasta el fiordo, el Kjeragbolten es una atracción turística impresionante a la que solo los más valientes se atreven a subirse.
Hay que decir que es peligroso, el precipicio es imponente y el espacio que hay para subirse es escaso, si no las tienes todas contigo mejor no intentarlo, y menos si llueve o esta mojado.
Para subir hay que acceder por la parte trasera agarrarse a la pared y dar un gran paso desde tierra firme hasta la roca. Para ello se ha instalado una pequeña argolla donde agarrarse, pero aun así no dejaran de temblarte las piernas.
Una vez arriba hay gente que opta por no mirar hacia abajo, sacarse la foto y salir rápido de ahi, yo aguanté encima durante un rato, miré hacia abajo y puedo decir que la adrenalina se dispara, te ves ahí subido con escasos centímetros de piedra a tu alrededor y un precipicio enorme bajo tus pies, pero si no tienes vértigo, es una vista fabulosa.
Unas cuantas fotos encima y un merecido descanso comiendo por los alrededores, observando divertidos como la gente se “acojonaba” entre risas a la hora de la verdad.
Por los alrededores de la roca todas las paredes de los acantilados bajan rectas hasta el fiordo, por lo que es una zona muy popular para la práctica de salto base y donde ya son varios los saltadores que tristemente han perdido la vida.
El camino de vuelta se hizo duro, habíamos comprado poco agua, y las piernas ya nos empezaban a fallar, una vez llegamos al parking observábamos divertidos como una familia noruega que habíamos visto mientras comíamos llegaban frescos como si acabaran de salir de casa, los niños no paraban de corretear mientras nosotros agotados pedíamos ya la cama del hotel, y sin más dilación nos pusimos de nuevo rumbo a Stavanger para disfrutar de un merecido descanso.
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